Jon Bernat Zubiri Rey es Doctor en Economía del Trabajo por la Universidad Grenoble. Actualmente es profesor de la Facultad de Relaciones Laborales de la Universidad del País Vasco. Ha realizado estudios colectivos sobre el trabajo de los jóvenes, el sindicalismo, la economía del País Vasco y las políticas de división laboral, entre otros.
Por un lado, tenemos la vulneración de los derechos laborales de las personas migrantes, la precariedad juvenil o la brecha de género. Por otro lado, la mejora de los permisos de maternidad y paternidad, la reducción de las horas semanales está en debate… Es difícil adivinar el futuro de los derechos de las personas trabajadoras. ¿Hacia dónde vamos?
El futuro de los derechos de las personas trabajadoras será consecuencia de la acción de las propias trabajadoras. La historia no está escrita. De cara al futuro, existen posibilidades para reforzar los derechos laborales. La pandemia ha puesto de manifiesto las malas condiciones de algunos sectores, especialmente en aquellos que están feminizados (que son esenciales, además): bajos salarios, trabajos inestables, falsos autónomos, residencias privatizadas, recortes en educación y sanidad…
Esto permite buscar nuevos consensos para el trabajador, especialmente reforzando el sector público y esencial, mejorando el trabajo y creando más puestos de trabajo. Estas luchas concretas pueden suponer nuevos derechos para toda la plantilla.
Por ejemplo, como consecuencia de la pandemia, se han intentado hacer algunas cosas lo mejor posible: se han encarecido los despidos, se han creado ERTEs para evitar los despidos, se han tomado nuevas medidas sobre la salud del trabajo, se han hecho leyes sobre falsos autónomos… Sin embargo, todavía es posible despedir sin medida a los y las trabajadoras, y en la industria de Euskal Herria esos despidos empiezan a resultar masivos y graves. Yo creo que los derechos de las personas trabajadoras son consecuencia del desarrollo de la economía capitalista.
Hay un cambio de tendencia en los últimos años a nivel internacional. Los organismos internacionales han cambiado el discurso de austeridad que tenían antes. No voy a empezar ahora a alabar las políticas del Fondo Monetario Internacional o de la Comisión Europea, pero hay que reconocer que ha habido cambios. Los últimos informes y medidas que se están proponiendo incluyen recomendaciones para estabilizar los trabajos, dignificar los salarios, establecer rentas mínimas y políticas de renta y distribución.
«Para organizar el trabajo del futuro es necesario fomentar la dignidad, subir la renta y trabajar la estabilidad»
La división de clase, género y raza en el trabajo parece cosa del pasado… ¿Lo es realmente?
Ese reparto, más que reducirse, se está agravando. La división de clases aumenta en tiempos de crisis. Las crisis siempre son momentos de adaptación y es entonces cuando surgen situaciones más graves para algunos sectores. Por ejemplo, en la crisis anterior (2008), muchos trabajadores de la construcción se quedaron en la calle. Como consecuencia, muchas familias tuvieron que adaptarse; muchas mujeres salieron al mercado laboral porque sus maridos o familiares se quedaron en el paro. Lo mismo ocurre con la crisis constante de la industria; la división de clases va en aumento. A medida que mejoran los beneficios de algunos y las circunstancias de sus negocios (en el ámbito tecnológico, financiero, etc.), otros tantos pequeños empresarios y trabajadores se quedan en la calle.
También podríamos decir lo mismo desde el punto de vista de género. Las mujeres han sido las que han sufrido las consecuencias más graves de esta crisis y la anterior. Al fin y al cabo, han sido las mujeres las que han estado trabajando sobre todo en sectores esenciales y en primera línea. Como consecuencia de los recortes, ha habido mucha subcontratación y las trabajadoras han estado solas para sacar adelante los servicios básicos.
¿Y qué decir de las personas migrantes? Antes de la crisis de 2008, los y las migrantes que vivían en Euskal Herria y Europa estaban trabajando más que la gente autóctona. Con la crisis, muchas de esas migrantes se fueron a sus países de origen o a Francia y Alemania por el paro generado. En la actualidad, las personas migrantes reciben salarios más bajos, tienen tasas de paro más altas y sufren más injusticias. En las crisis, siempre son el último eslabón.
“Queremos más flexibilidad, que no queremos jefes, que podemos hacer dos o tres trabajos a la vez, ¿no? Empieza a ser una realidad”. Estas palabras del fundador de Glovo han creado mucho revuelo en redes sociales. ¿Qué opinas sobre esta ‘moda’ de blanquear la precariedad?
Son quimeras posmodernas y hace tiempo que las vemos. Venga lo que venga, parece que nos tenemos que adaptar a la nueva situación con una sonrisa y mediante la autoexplotación.
La situación de las nuevas economías y de los sectores relacionados con la tecnología ha sido grave. Especialmente para la juventud. Se ha visto envuelta en la llamada ‘clase media’: han hecho másteres, saben inglés o francés y luego han acabado trabajando por 500 euros en diversos proyectos de emprendimiento, espacios creativos o pantomimas del estilo. El fracaso de muchos y muchas jóvenes ha sido evidente en ese sector.
Además, últimamente se ha desarrollado una visión favorable de esa inestabilidad: siempre estás cambiando, no vives en el mismo sitio, vas cambiando de pareja como una tendencia de consumo… El capitalismo ofrece siempre la ideología y la cultura de las clases altas como aspiración: si trabajas mucho y te autoexplotas, llegarás a tener una gran casa, un buen coche o un barco.
Ahora ha ocurrido un cortocircuito; ni estamos en ese punto ni volveremos a eso. Sabemos, además, que las prácticas laborales que se están realizando en empresas como Glovo son muchas veces ilegales. Contratan a gente sin pagar nada, y eso no es justo.
Para combatirlo, aquí en Euskadi, la presidenta del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, Garbiñe Biurrun, ha impulsado una serie de medidas sociales y la ministra española de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, también ha promovido imposiciones regulatorias. Por ejemplo, Glovo tendrá que contratar a 11.000 personas, porque el sistema de organización laboral de la empresa no es legal en el Estado.
El discurso de poner la vida en el centro está hoy en boca de todas y es uno de los clamores de la economía feminista. ¿Es posible conseguirlo en el seno del sistema capitalista?
Existe la posibilidad de conseguir logros dentro el sistema capitalista. Esta aportación holística o ‘más completa’ por parte de la economía feminista tiene mucho que ver, por ejemplo, con la reducción de horarios que habéis mencionado anteriormente. Las economistas feministas han hecho aportaciones beneficiosas e inspiradoras para el movimiento feminista, pero también para los movimientos obreros y ecologistas, la economía social y solidaria, el cooperativismo, las comunidades organizadas y los grupos religiosos, para renunciar a la destrucción de la naturaleza. Estas filosofías al margen del capitalismo pueden encontrar una síntesis en la economía feminista.
«La economía feminista ha hecho aportaciones beneficiosas e inspiradoras para rechazar el sistema capitalista, el patriarcado y la destrucción de la naturaleza»
Es cierto que la economía feminista no solo parte de esa reivindicación concreta, pero demuestra que su reivindicación puede servir para sintetizar intereses comunes. Ejemplo de ello son Cristina Carrasco, Amaia Orozco y Astrid Agenjo. Son tres importantes economistas feministas de tres generaciones que han trabajado intensamente con grupos y colectivos de mujeres. Se está haciendo una especie de síntesis de esa reivindicación de poner la vida en el centro, no para seguir en el seno del capitalismo, sino para ir cambiando el capitalismo, poniendo la vida en el centro y alejando el capital del centro. ¿Acabaremos con ello todo el capital? No, porque las producciones de recursos no se pueden destruir del todo. Pero podemos prescindir del capital, por ejemplo, haciendo más importante en una empresa garantizar y dignificar el trabajo y reducir la brecha de género en lugar de tener mayores beneficios. Eso se puede organizar por ley. En todo tipo de empresas se pueden fomentar este tipo de valores ecologistas, feministas y sociales.
¿Qué podemos hacer las organizaciones que impulsamos las finanzas éticas y la economía social y solidaria para defender en los derechos de la clase trabajadora?
Tenemos que remar y remar para llevar a cabo otro modelo. El origen de la economía social y transformadora proviene de movimientos populares menos modernos y del mundo rural. La gente lleva mucho tiempo uniéndose en grupos para tomar decisiones conjuntas y organizar infraestructuras. La economía social y solidaria es la actualización de esos valores comunitarios de antaño. En el siglo XXI, tenemos otras propuestas: desarrollar entidades financieras como Fiare o Koop57, impulsar iniciativas energéticas como Goiener, apoyar mercados locales y redes agrarias, promover campañas de compra masivas como Errigora en la Ribera de Navarra… Euskal Herria es próspera en ese sentido, pero al mismo tiempo el capitalismo más corrupto gobierna hoy en día. Este tipo de valores chocan con los gobiernos vascos existentes y con la tendencia a ‘vender’ Euskal Herria a nivel internacional.
«Para construir un nuevo mundo socialista y ecofeminista hay que desarrollar estructuras, redes, empresas y asociaciones en el viejo mundo capitalista, para poder sustituir así el capitalismo de una forma progresiva»
Ahí viene también un objetivo estratégico de la economía social y transformadora: hay que ir más allá de gestionar mejor el día a día. Hay que organizar, redimensionar y difundir todo lo existente (regulaciones, reglamentos, certificaciones sociales…). ¿Por qué se puede contratar desde el espacio público a una empresa o asociación que destruye la naturaleza y explota a los y las trabajadoras? Tiene que haber criterios para todas las empresas y la economía social y solidaria tiene que promover iniciativas políticas para que lo que se haga no quede sólo a pequeña escala o autóctona. Tenemos que buscar la generalidad. Todas las empresas deben ser sociales y solidarias. ¿Por qué el egoísmo puede ser legal y no la colaboración y ayuda mutua? Yo creo que se puede conseguir algo.
Hay una cita que decía el ‘aitite’ Marx: hay que crear las condiciones en el mundo antiguo para construir un nuevo mundo. Es decir, es en el viejo mundo donde hay que desarrollar esa organización y ese entramado de trabajo de ese nuevo mundo. Para construir un nuevo mundo (socialista y ecofeminista, por ejemplo) es necesario desarrollar estructuras, redes, empresas y asociaciones en el viejo mundo capitalista. De esta forma, el capitalismo podrá ser sustituido de una forma progresiva y, en un momento dado, se podrá dar un salto decisivo.
¿Saldrás a la calle el 1 de mayo? ¿Cuál será tu consigna?
El 1 de mayo es un día muy importante para la clase obrera, y se rinde homenaje quienes combatieron en esa gran lucha para trabajar ocho horas al día. Es un día de lucha para las personas trabajadoras, para construir nuevos logros.
Mi consigna es que no debemos defender solo reivindicaciones concretas o parciales. Mirando hacia el futuro, para construir un nuevo mundo, en este capitalismo destructivo necesitamos tener un rumbo a largo plazo, y no solo apoyarnos en los baches diarios. Es importante que los y las trabajadoras vean que todas las luchas concretas son importantes, pero que la meta debe ser construir un mundo viable para toda la gente. Es la única manera de ‘salvar’ el mundo, por el clima y la explotación de materiales y recursos, para no llegar a un mundo ‘madmaxiano’. Hay que crear un mundo de justicia e igualdad.
«Es importante que las personas trabajadoras vean que todas las luchas concretas son importantes, pero que la meta debe ser construir un mundo viable para toda la gente»